La virtualidad: ¿Podemos hablar de terapia si no hay un espacio presencial?
TERAPIA ONLINE
Lic. Alejandro G. Mingrone
5/23/20254 min read
Desde hace algunas décadas, la tecnología se ha convertido en una parte fundamental para nuestras vidas. La televisión, la radio, las computadoras, los teléfonos celulares, las notebooks y las tablets son algunos ejemplos de aparatos electrónicos que tenemos incorporados en rutinas, obligaciones, encuentros sociales, familiares y amorosos. En algunos momentos, surge la idea de tomar fotos o grabar videos que nos permitan recordar aquello que hemos vivido, convirtiéndose en una suerte de espacio habitable que resiste al paso del tiempo. De esta manera, nuestra propia imagen se va formando en el vínculo que tenemos con aquellos otros (instituciones, grupos, personas, lugares de pertenencia, etc) y la virtualidad no está por fuera de ello.
La pandemia del Covid-19: la angustia al acecho
La irrupción mundial de una enfermedad viral sin precedentes modificó una gran cantidad de situaciones instaladas que no representaban problemas para las personas. El aislamiento social, el distanciamiento físico y el temor a lo desconocido nos invitó a repensar la vida que transitábamos, teniendo que apelar a recursos que eran poco explorados. Así, surgieron los encuentros virtuales con amigos, las clases de gimnasia mediante plataformas como Zoom o Google Meet, la cursada asincrónica de materias universitarias, entre algunos ejemplos. Sin embargo, la imposibilidad de transitar espacios públicos, la muerte como suceso cotidiano que se difundía en noticieros o la incertidumbre acerca del futuro fueron causa de angustia en algunas personas que padecieron la pandemia. Sobre este punto, Lacan insiste en que la angustia es aquello que no engaña, lo que nos invita a pensar que se trata de una señal que intenta ser escuchada. Ahora bien, ¿qué hacer frente a estos escenarios? Para responder a esta pregunta, es importante que comprendamos la dimensión que puede representar la angustia para algunas personas. Si no podemos hacer uso de medios de expresión como las palabras, las imágenes, los escritos, los dibujos o cualquier otro recurso, existen grandes probabilidades de que realicemos acciones que pueden ponernos en peligro.
El psicoanálisis: una apuesta por rescatar lo propio
Frente a escenarios catastróficos como la pandemia del Covid-19, algunas personas perdieron los espacios que formaban parte de la vida. Si bien hubo quienes se reinventaron y se sumergieron en una vorágine de actividades virtuales sin un límite preciso, otros cayeron en una desazón sin antecedentes. Aquí surge el riesgo: la angustia que no es trabajada por medios simbólicos puede ser expresada por actos perjudiciales para el cuerpo u otros. Pensemos en esta metáfora: la angustia es el precipicio al cual una persona puede caerse, mientras que las palabras son los muros, los bordes de un agujero.
Si pensamos en la terapia, llegaremos a la conclusión de que se trata de un espacio para hablar acerca de aquello de malestares y preguntas. Dentro del contexto que significó el aislamiento social, el psicoanálisis tuvo que apelar a modalidades inéditas para alojar la angustia. La imposibilidad de transitar por la vía pública (en la mayoría de los casos) produjo la psicoterapia virtual. Sin embargo, ¿podemos hablar de terapia si no hay un encuentro presencial?
La imagen y la voz: un atravesamiento de las pantallas
El psicoanálisis, a lo largo del tiempo, ha modificado sus versiones acerca de cómo tratar a los pacientes que consultan. Esto se debe a que los cambios culturales, sociales, económicos y políticos implican que sostengamos una forma distinta de pensar la clínica. Durante algunos momentos de su trayectoria profesional, Freud atendía a los mismos pacientes seis veces por semana. Resulta difícil sostener esa frecuencia en la actualidad, ya que el costo económico puede ser un obstáculo en la cotidianeidad de los tratamientos.
La irrupción de la pandemia también obligó a repensar los tratamientos psicoanalíticos, al igual que el mismo psicoanálisis tuvo que variar respecto a los tiempos freudianos. El armado de sesiones virtuales, si bien confirma que hay un distanciamiento fisico, brinda una experiencia inédita para el análisis que nos puede acercar. Durante momentos de incertidumbre y angustia por la vida, la virtualidad hace que el paciente se sienta contenido. A veces, una palabra, un silencio, un sonido o un gesto del analista pueden atravesar la pantalla y tocar el cuerpo del paciente. Por esta misma razón, los tratamientos virtuales siguen vigentes y los efectos singulares se ven en cada caso.
La búsqueda de una identidad
Si antes hablábamos de la angustia como una señal del agujero al que podemos caer, podemos pensar que los espacios virtuales producen escenarios habitables que nos amarran a la vida. De alguna manera, la era digital promueve que todo esté a disposición, sin dar lugar a la falta. En algunas ocasiones, esto puede traer aparejado una proliferación de síntomas, así como también la posibilidad de incluirse en un sitio habitable. El psicoanálisis tiene un lema fundamental: caso por caso. Ningún paciente es igual a otro, aunque padezcan de síntomas similares.
La terapia, por medio de la tecnología, puede brindarnos un espacio para repensar nuestra identidad alejándonos de ese vacío insoportable. Las sesiones por medio de videollamadas o llamadas comunes pueden incentivar el camino hacia la búsqueda de una verdad singular, siempre y cuando esto sea posible. Para finalizar, dejaremos una pregunta para reflexionar: ¿cómo podemos pensar al cuerpo en la virtualidad?
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