La voz que sigue hablando: cómo los mandatos familiares se vuelven parte de nosotros
En este articulo profundizamos sobre los mandatos familiares, sumando el texto freudiano "tótem y tabú". Esta fusión tiene la intención de seguir comprendiendo el impacto de los mandatos en la vida de una persona.
FAMILIAVINCULOS
Lic. Matías Seitune M.N. 66242
10/5/20254 min read
En la sesión número 18 de la segunda temporada hablamos sobre mandatos familiares: lo que cargás sin saber. Entendimos que una de las formas en que el mandato impacta en la vida de una persona está relacionada con la jerarquía que transmite el mandato, representando un símbolo de autoridad. De esta forma, el mandato, siendo un instructivo de cómo se debe ser, profundiza en lo que, a futuro, será una idea que la persona transmitirá fielmente o de la que se rebelará cuando ya no se sienta representada por ella. El mandato traduce la ley —la forma de cómo ser— al lenguaje del deseo familiar. Pero, ¿qué características componen un mandato familiar? ¿Cómo podemos identificar el mandato en nuestras vidas?
Tótem y tabú sobre los mandatos familiares
Para entender qué características tiene un mandato familiar, podemos volver a uno de los textos más influyentes de la historia de la psicología y el psicoanálisis: el Tomo XIII de las Obras Completas de Sigmund Freud, “Tótem y tabú”, publicado en 1913. En este texto, Freud analiza las prácticas y los vínculos en las comunidades primitivas para pensar el origen de la ley, la culpa y la autoridad simbólica. Allí introduce la idea del tabú: una prohibición impuesta desde afuera, por una figura de poder, que se dirige a los deseos más profundos del ser humano. El tabú tiene una fuerza ambigua: prohíbe, pero también atrae. Lo que se vuelve prohibido es, justamente, lo más deseado. En esa tensión entre el deseo y la prohibición, Freud ubica el nacimiento de la ley moral, la conciencia y la culpa, es decir, los cimientos del psiquismo humano y del orden social. Si trasladamos esta lógica al presente, podemos ver cómo los mandatos familiares funcionan como herederos modernos de ese tabú ancestral. Son frases, creencias o modos de ser que se transmiten de generación en generación, y que, aunque muchas veces se presentan como consejos o gestos de amor, en realidad operan como órdenes simbólicas. Los mandatos familiares dictan cómo “deberíamos ser”, cómo amar, cómo trabajar o qué decisiones tomar. No se presentan como una imposición directa, sino como una guía “para nuestro bien”, lo que los hace aún más difíciles de cuestionar.
¿Qué características tiene un mandato familiar?
Un mandato familiar suele tener tres características principales: 1- Nace desde una jerarquía. Surge de una figura con autoridad simbólica dentro del grupo familiar: un padre, una madre, un abuelo o incluso una tradición que “siempre fue así”. 2- Se transmite con autoridad —aunque esté disfrazada de amor o cuidado—. El tono no siempre es autoritario: a veces se comunica a través de gestos, frases suaves o silencios, pero su efecto es igual de poderoso. 3- Se dirige a los aspectos más profundos del deseo. Afecta la manera en que cada persona elige su camino, sus vínculos o incluso su identidad. Por eso, el mandato se vive como una voz interior que dicta cómo se debe vivir, sentir o actuar. Entonces, entendiéndolo de esta forma, ¿Cómo identificar los mandatos familiares en nuestra vida? Para poder identificar un mandato familiar, primero necesitamos desarrollar una conciencia directa sobre nuestro propio deseo. Y eso no siempre es sencillo. El deseo no habla en voz alta: muchas veces está escondido en el fondo de la mochila simbólica que cargamos desde la infancia, junto a los valores, principios e ideas heredadas que conforman nuestra historia familiar. Revisar esa mochila no es una tarea rápida. Requiere un proceso de autoconocimiento, de revisión personal y, en muchos casos, de acompañamiento terapéutico. Implica detenerse a mirar qué decisiones en la vida tomamos por convicción personal, y cuáles repetimos por lealtad inconsciente o por miedo a decepcionar a la familia. Cuando empezamos a preguntarnos con honestidad qué queremos de verdad, más allá de lo que “deberíamos querer”, empezamos a mirar el fondo de esa mochila y a reconocer los mandatos familiares que siguen operando en silencio. Y tal vez, solo entonces, podemos elegir de forma diferente.
De la voz que escucho afuera a la voz que escucho adentro
Si observamos los mandatos familiares, podemos notar que la persona internaliza las palabras que escucha, como si resonaran dentro de sí tal y como fueron pronunciadas en el exterior. El respeto y la obediencia del grupo familiar hacia estos mandatos, esas frases preestablecidas, fortalecen la interiorización de una voz que, aunque algún día la persona que la pronunció ya no esté viva, seguirá resonando en el interior como si aún existiera. Freud lo expresó de la siguiente manera:“El muerto se volvió aún más fuerte de lo que fuera en vida; lo que antes él había impedido con su existencia, ellos mismos se lo prohibieron ahora, en la situación psíquica de la obediencia de efecto retardado.” (Freud, Tótem y tabú, 1913, Tomo XIII, p. 166, Amorrortu Editores). Freud explicaba que, con el tiempo, la autoridad que alguna vez provino del exterior —de los padres, los maestros o la familia— se transforma en una voz interna. Primero obedecemos a la figura de autoridad y, más tarde, a esa voz interiorizada. Este tema lo hemos abordado en varias sesiones del podcast. Este proceso da origen a lo que Freud denominó el superyó: una especie de juez interno que nos recuerda constantemente cómo “deberíamos ser”. Para ilustrarlo con un ejemplo claro, que también se mencionó en la sesión sobre mandatos familiares, pensemos en la frase: “Tenés que estudiar, porque si no estudiás, no sos nadie”. Durante la infancia o la preadolescencia, esta frase se percibe como una orden externa. La obedecemos para no decepcionar, por miedo o porque proviene de alguien a quien amamos y respetamos. Sin embargo, con el paso de los años, aunque nadie repita esas palabras, la frase persiste. Ya no es necesario que la familia la repita: ahora somos nosotros quienes la reproducimos en silencio, en nuestra mente. Esta frase genera sensaciones que pueden entrecruzarse con los intereses personales o con la manera en que el estudio impacta individualmente en cada persona. Podemos tener treinta o cuarenta años y sentir culpa si no terminamos una carrera o si cambiamos de rumbo. Nos repetimos pensamientos como: “Tengo que estudiar algo”, “Debería hacer más” o “No estoy haciendo lo suficiente”. Esa exigencia ya no tiene un rostro concreto: vive dentro de nosotros. Por eso Freud afirma que “el muerto se volvió más fuerte de lo que fuera en vida”. Esto describe la interiorización de la autoridad: la voz del “tenés que” se convierte en parte de nuestro propio pensamiento. Lo que antes era una orden externa se transforma en una norma interna, un eco de los mandatos familiares que seguimos obedeciendo incluso cuando nadie los exige. Es en este punto donde surge una pregunta fascinante: ¿cuántas de nuestras decisiones nacen realmente de nuestros deseos y cuántas responden a esa voz heredada que aún determina lo que está bien y lo que no?
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