Patito Feo: el resultado de un mandato familiar rígido
Este artículo explora cómo El patito feo refleja los mandatos familiares que rechazan al diferente. Ser el "raro" duele, pero impulsa a encontrar la propia voz y construir una identidad única en la adolescencia.
VINCULOSFAMILIA
Licenciado Matias Seitune
10/11/20253 min read
“‘¡Es demasiado grande!’ —dijeron todos, y la pata madre se sintió avergonzada de haber puesto un huevo tan grande; pero como ya estaba allí, decidió seguir empollando, aunque con el corazón apesadumbrado, porque no era como los demás” (Andersen, 1843, Nuevos cuentos de hadas, párrafo 3).
Cuando reflexionamos sobre los mandatos familiares, ya sea al preparar una sesión de podcast o al escribir sobre el tema, surge una figura recurrente en los grupos humanos: la oveja negra. Al analizar este personaje dentro del entramado sistémico familiar, resulta evidente que su existencia no es casual. La oveja negra emerge como respuesta a un mandato rígido, una reacción necesaria frente a una estructura que no permite la diferencia. Por ello, me interesa considerarla no como una anomalía, sino como un producto del propio sistema familiar: cuando las expectativas se vuelven demasiado estrictas, alguien queda inevitablemente excluido. Esta exclusión no siempre nace del conflicto, sino del intento de preservar la coherencia de lo establecido.
En este contexto, me viene a la mente El patito feo, el cuento infantil de Hans Christian Andersen que ilustra, desde la infancia, los efectos de no pertenecer, de sentirse ajeno al grupo que debería acoger. Tal vez sin proponérselo, este relato ya abordaba el impacto de los mandatos familiares: qué ocurre cuando una familia, en su esfuerzo por mantener su identidad, margina aquello que no encaja en su molde.
Nadie es profeta en su tierra
Andersen escribió El patito feo en 1843 como un relato profundamente autobiográfico. Proveniente de una familia humilde, enfrentó el rechazo en sus primeros intentos de ingresar al teatro y a los círculos literarios daneses, sintiéndose durante años fuera de lugar, “el feo entre los elegantes”. El cuento refleja su proceso catártico de transformación: de la exclusión social y el sentimiento de no pertenecer al reconocimiento de su valor como escritor. En relación con los mandatos familiares, el paralelismo es claro: el patito representa a quien no logra cumplir las expectativas del grupo al que pertenece. El costo de gestar y reconocer los propios intereses y curiosidades puede ser la soledad y la exclusión. Sin embargo, esta diferencia, aunque margina, también impulsa a buscar la verdad fuera del territorio conocido. Como dice el refrán, “nadie es profeta en su tierra”; así, el viaje de separación y descubrimiento permite transformar el deseo propio en realidad.
El Patito Feo puede leerse como una metáfora del camino hacia la individuación. El patito no encaja en el mandato familiar de los patos porque, en esencia, no es un pato, sino un cisne. No representar los mandatos puede hacer sentir al sujeto como “sapo de otro pozo”. Esta sensación no es solo interna, sino que el grupo la refuerza al señalarlo. La exclusión, lejos de ser solo un rechazo, puede interpretarse como el germen de la individualidad. En este sentido, el Patito Feo no es únicamente una víctima de la exclusión, sino un portador de una perspectiva distinta. La oveja negra o el patito feo, al no encajar, desafía los mandatos familiares y pone en evidencia las rigideces del sistema que los produce, abriendo, en muchos casos, la puerta a un cambio sistémico.
Una exploración en el campo de la adolescencia
Para profundizar en esta idea, la teoría de Erik Erikson, psicoanalista de orientación psicodinámica y psicosocial, resulta especialmente útil. Erikson amplía las ideas freudianas al integrar el impacto del contexto social, cultural y familiar en el desarrollo. Su teoría del desarrollo psicosocial propone ocho etapas, cada una definida por un conflicto central que debe resolverse para alcanzar la madurez psíquica. La etapa relevante aquí es la quinta: Identidad vs. Confusión de Rol (de los 12 a los 18 años), que conecta directamente con el conflicto de separación de los mandatos familiares en la adolescencia.
En esta etapa, el adolescente enfrenta la tarea de integrar sus experiencias previas, cuestionar los mandatos familiares y sociales, y construir una identidad coherente. Si no logra trascender las identificaciones infantiles —como la dependencia de los padres o los roles impuestos por la familia—, puede caer en una “confusión de rol”, marcada por inseguridad sobre quién es o qué desea. En mi práctica con adolescentes, observo que evitar esta confusión implica un golpe de conciencia que sostiene el surgimiento y desarrollo del yo individual. Erikson destaca que la resolución exitosa de esta etapa radica en apropiarse de un sentido del yo autónomo, un proceso que resuena con el viaje del Patito Feo: el rechazo familiar lo obliga a separarse, buscar su deseo propio y descubrir su verdadera identidad como cisne. Este camino refleja cómo la adolescencia, al distanciarse de las estructuras familiares, permite transformar el dolor de la exclusión en la construcción de una identidad auténtica.
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