¿Por qué soy celosa? Una mirada psicológica desde el psicoanálisis.

En esta nota revisaremos el proceso terapeutico de una persona con quien trabajé los celos y pudimos ir entendiendo su raiz y porqué están relacionados con la forma que uno se mira a sí mismo.

Lic. Matías Seitune M.N. 66242

heart shaped pink and white hearts illustration
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Cuando los celos nos sorprenden

El otro día recordé un caso clínico que atendí hacer varios años, en donde una paciente se fue dando cuenta qué tanto le afectaban los celos, hasta llegar al punto de preguntarse si era celosa y si tenía cura. Protegeré su nombre por confidencialidad, pero contaré parte de los distintos momentos que fuimos atravesando hasta llegar a nuevas ideas sobre el tema. Ana siempre se consideró una persona segura. En su trabajo le iba bien, tenía una carrera estable y es reconocida por lo que hacía.
Un detalle que no es menor, es que, tenía pocas amistades, le costaba entablar nuevos vínculos, pero tenia, de hace varios años, amigas muy cercanas.
Profesionalmente, fue encontrando su camino, enganchándose con lo que realmente le interesaba y construyendo poco a poco una estructura firme, una sensación de independencia y madurez.

Pero hay algo que, aun dentro de esa imagen tan estable, sigue desestabilizando: su relación con Jorge.
Porque cuando se trata del amor, todo ese equilibrio que la sostiene en el mundo laboral y social parece tambalear. En este caso, ella no trajo una infidelidad, ni una escena evidente, de hecho, no desconfiaba hasta ese entonces de su pareja. Dicho por ella misma: “me hizo mal un “me gusta” en una foto.”
Jorge comentó una publicación con una like, y algo en Ana se encendió.
Sintió calor en el pecho, incomodidad, y una pregunta que la atravesó:

“¿Por qué me afecta tanto esto?”
“¿Por qué me siento celosa si en el fondo confío en él?”

Como si el celo fuera un defecto personal que hay que corregir o una inseguridad que se cura con autoestima.
Pero el psicoanálisis nos invita a pensarlo de una forma diferente. Sabemos que no se trata solo de una conducta, sino de una
lógica inconsciente que se activa cada vez que sentimos que dejamos de ser el centro de la escena del otro.


El conflicto del celos@

Los celos se notan más en las parejas, porque los roles están más marcados. Si siento que mi pareja deja de prestarme atención, si su mirada deja de estar dirigida hacia mí y empieza a ir hacia otra persona —o hacia varias—, aparece la sensación de amenaza. Y dependiendo de cómo yo viva esa escena o situación, cualquiera persona puede despertarte sensaciones de amenaza. Porque lo que se pone en juego no es solo la confianza, sino algo mucho más íntimo. La persona celosa, frente a esa pérdida de atención, es muy probable que una de estas preguntas le resuene:

  • ¿Qué lugar ocupo yo en tu vida?

  • ¿Sigo siendo tan importante como creía?

  • ¿Será que no soy suficiente?

  • ¿Qué tiene el otro que yo no tengo?

  • ¿Si puedo ser reemplazado, entonces quién soy para vos?

Los celos en la pareja no hablan tanto del otro, sino de la herida que se abre en uno mismo por no encontrar respuestas que satisfagan de dichas preguntas. Esa herida toca algo profundo: la pregunta por el propio valor y por el deseo del otro.

La exclusividad y los “títulos”

Lo que se juega en los celos no es solo el amor, sino la exclusividad. Ese ideal no aparece solo en las relaciones amorosas, sino también en las amistades, en la familia y en el trabajo.

“Por ser tu pareja tengo derecho a saber con quién hablás.”
“Por ser tu hijo puedo decidir qué hacés con tu vida.”
“Por ser tu amigo espero que no me reemplaces.”

Esos “títulos” —pareja, hijo, amigo— muchas veces se convierten en permisos: creemos que el vínculo nos habilita a poseer al otro. Pero lo que rompe el celoso no es el amor: es la intimidad y la individualidad del otro, eso que escapa a su control. Querer ser único para alguien puede parecer romántico, pero es peligroso:
porque ser único implica que el otro deje de ser libre. Cuando esa exclusividad se tambalea, el golpe no es al amor, sino al narcisismo o popularmente entendido como “ego”. Y no hablamos del narcisismo como vanidad, sino como la base psicológica que sostiene la identidad. El narcisismo organiza la imagen que tenemos de nosotros mismos y el valor que creemos tener en la mirada ajena.
Por eso, cuando mi pareja —o mi amigo, o mi familia— deja de mirarme como antes, siento que
mi propia imagen se desarma. El problema de Ana no era que Jorge mire a alguien más, sino que esto era el disparador del problema que esa mirada ajena me hace dudar de quién soy para el otro. Y cuando mi identidad depende de esa confirmación externa, mi autoestima se vuelve dependiente, en la medida en que el otro me reconoce. Y si el otro no me reconoce, dejo de ser alguien. Ir entendiendo esto para Ana fue clave, porque nos dio un horizonte para pensar cuestiones antiguas de su pasado, que había olvidado, pero que reflotaron por estas situaciones con Jorge. Cada vez que él se distanciaba, ella sentía que se desvanecía. Su herida no estaba en la relación, sino en la forma en que su narcisismo o “ego” necesitaba ser elegido para sentirse viva, valiosa, suficiente. Insisto, entender esto no la curó de los celos, pero le permitió algo mucho más importante:
dejar de interpretarlos como un defecto y empezar a escucharlos como un mal estar florecido de experiencias que la vulnerabilizaron de joven. Porque el celo, en el fondo, no es una muestra de amor:
es la expresión del miedo a desaparecer en la mirada del otro.

Cuando la respuesta está en uno mismo

Llegados a este punto, podemos ver que detrás del celo no hay solo miedo a perder al otro, sino miedo a perder la imagen de quién soy en su mirada. Por eso, cuando esas preguntas aparecen…¿Qué lugar ocupo yo en tu vida? ¿Sigo siendo tan importante como creía? ¿Será que no soy suficiente? en realidad, son preguntas que deberían tener respuesta en uno mismo. Idealmente, esas respuestas se construyen desde el propio narcisismo: esa mirada interna que me dice quién soy, qué valgo y qué lugar tengo en mi vida, antes de preguntarle al otro quién soy para él. Porque cuando esa base está armada, las relaciones dejan de ser un espejo que necesito para existir. Puedo compartir, amar, incluso sufrir, sin que se tambalee mi identidad. Pero si esas preguntas quedan abiertas, si espero que el otro las conteste por mí —que me diga si valgo, si soy elegible, si soy suficiente—, entonces mi narcisismo queda colgado de su mirada. Y en esa dependencia, cualquier cambio, distancia o distracción se vive como una amenaza. En definitiva, la herida del celoso no es solo la escena del otro mirando a alguien más: es el vacío que aparece cuando el propio reflejo se sostiene únicamente en los ojos ajenos. Aprender a responder esas preguntas desde uno mismo no elimina los celos, pero los vuelve pensables. Y cuando un sentimiento puede pensarse, deja de gobernar.

Si este texto te resonó, te invitamos a seguir explorando temas como la autoestima, el deseo, la individualidad y los vínculos.
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