¿Qué son las heridas de la infancia y cómo puedo reconocerlas?

No todas las heridas sangran. Algunas duelen en silencio, se esconden detrás de nuestra forma de amar, de reaccionar, de vincularnos. Son marcas que dejamos de ver, pero que siguen actuando. Las heridas de la infancia no desaparecen: se transforman en las maneras que encontramos para sobrevivir.

Lic. Cannizzaro Macarena MP 12441

woman in black shirt looking at window
woman in black shirt looking at window

No todas las heridas sangran. Algunas duelen en silencio, se esconden detrás de nuestra forma de amar, de reaccionar, de vincularnos. Son marcas que dejamos de ver, pero que siguen actuando. Las heridas de la infancia no desaparecen: se transforman en las maneras que encontramos para sobrevivir.

Lise Bourbeau llamó a esto “las cinco heridas del alma”: rechazo, abandono, humillación, traición e injusticia. Cada una nace en la infancia cuando el entorno no puede responder a una necesidad emocional básica: ser vistos, cuidados, respetados o validados.

Con el tiempo, para protegernos del dolor, aprendemos a escondernos detrás de máscaras: el fuerte, el complaciente, el perfecto, el desconfiado, el independiente. Esas máscaras nos sirven un tiempo, pero de adultos empiezan a pesarnos. Es cuando sentimos que repetimos vínculos, que reaccionamos “sin saber por qué”, o que siempre tropezamos en el mismo punto.

a pile of old photos and postcards sitting on top of each other
a pile of old photos and postcards sitting on top of each other

Sanar es volver a mirar con ternura

La sanación no ocurre negando lo que dolió, sino reconociéndolo.
Se trata de mirar nuestras reacciones sin juicio y preguntarnos:
¿A qué herida estoy respondiendo? ¿A quién estoy defendiendo?
Porque muchas veces, no estamos discutiendo con el presente, sino con lo que quedó pendiente del pasado.

Sanar es volver a abrazar a ese niño que creyó que debía volverse fuerte para merecer amor. Es decirle: “Ya no tenés que seguir defendiéndote. Estoy acá”.

El acompañamiento terapéutico: un espacio para sanar acompañado

Las heridas de la infancia no son una condena. Son un camino que, con acompañamiento terapéutico, puede volverse una guía para entenderte con más profundidad.
En terapia, ese niño interior encuentra un lugar seguro para ser escuchado sin miedo, sin exigencias y sin juicios.
Sanar no es volverse otra persona: es volver a vos.

Lic. Cannizzaro Macarena
M.P. 12441
Punto de Acuerdo


¿Sentís que algunas de estas heridas te resuenan?
Podés empezar tu proceso terapéutico hoy mismo.

Una carta a mi herida de la infancia

Una de las estrategias más profundas para iniciar este proceso es escribirle una carta a tu herida. No para revivir el dolor, sino para transformarlo.

Podés comenzar así:

“Querida herida, durante mucho tiempo creí que eras mi enemiga. Que eras algo que debía ocultar o superar. Hoy entiendo que sos una parte mía que solo necesitaba ser vista. Que todo lo que hiciste (alejarte, callar, controlar, complacer) fue tu manera de protegerme.
Gracias por sostenerme cuando no sabía cómo hacerlo.
Pero ahora puedo cuidarte yo.
No sos un defecto, sos una historia que está aprendiendo a sanar.


Tomate el tiempo para escribir sin juzgarte. Si te cuesta, imaginá que le hablás a ese niño que alguna vez fuiste. Preguntale qué necesitaba, qué le dolía, qué sigue esperando. Escuchalo. Y después, contestale con compasión.
La carta no borra el pasado, pero puede empezar a tejer un puente entre lo que fuiste y lo que hoy podés elegir ser.